Nada más llegar al hotel, quería quedarme a vivir allí. Es un hotel de diseño, extremadamente limpio y buena relación calidad-precio. Ubicado a 5min caminando de St. Stephen's Green. Como bien dice el neón de su recepción, me he enamorado aquí, desde que llegamos a su puerta... Está lleno de mensajes provocadores y detalles que hacen que no quieras salir de él. Nuestra habitación Hi-fi tenía todo lo que necesito en mi vida, un tocata con vinilos de Oasis, Nirvana, Los Beatles, Abba... un altavoz/ampli Marshall, un minifrigo Smeg, una TV gigante con Netflix, un minibar plagado de chorradas, amenities ultrahipsters y mi esposo estaba encantado de tener tablas de skate decorando las paredes como obras de arte. Si a esto le sumas, que el hotel cuenta con el restaurante más molón de Dublín en la azotea, con unas vistas de la ciudad alucinantes y unos precios muy razonables. Sin embargo, pronto descubrimos que no era el hotel perfecto, si lo que buscas es descanso. A no ser que no te importe estar escuchando a la gente cantar debajo de tu ventana hasta las 3:30 am... porque hay un night club justo debajo que no cierra hasta esa hora y la música se oye como si estuvieses dentro. Eso sí, encontrarás tapones para los oídos encima de la mesilla y siempre te queda la opción de unirte a la fiesta hasta que acabe...